El Principito se encontraba en la región de los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330. Empezó entonces por visitarlos para buscar en ellos una ocupación y para instruirse.
El primero estaba habitado por un rey. El rey estaba instalado, vestido de púrpura y armiño, sobre un trono muy simple y sin embargo majestuoso.
- Ah! He aquí un súbdito, - exclamó el rey cuando divisó al principito.
Y el principito se preguntó: "¡Cómo puede reconocerme si nunca me ha visto antes !"
No sabía que, para los reyes, el mundo está muy simplificado. Todos los hombres son súbditos.
[...]
Pero el principito estaba extrañado. El planeta era minúsculo. ¿Sobre qué podía reinar el rey ?
- Majestad – le dijo... – le pido disculpas por interrogarlo...
- Te ordeno interrogarme – se apresuró a decir el rey.
- Majestad... ¿sobre qué reina usted ?
- Sobre todo – respondió el rey, con una gran simplicidad.
- ¿Sobre todo ?
El rey con un gesto discreto señaló su planeta, los otros planetas y las estrellas.
- ¿Sobre todo eso ? – dijo el principito.
- Sobre todo eso... - respondió el rey.
Porque no sólo era un monarca absoluto sino que era un monarca universal.
- ¿Y las estrellas le obedecen ?
- Por supuesto – le dijo el rey. – Obedecen enseguida. No tolero la indisciplina.
Semejante poder maravilló al principito. Si él mismo lo hubiera tenido, habría podido asistir, no a cuarenta y cuatro, sino a setenta y dos, o incluso a cien, o incluso a doscientas puestas de sol en el mismo día, sin tener que correr nunca su silla ! Y como se sentía un poco triste por el recuerdo de su pequeño planeta abandonado, se atrevió a solicitar una gracia al rey:
- Quisiera ver una puesta de sol... Tenga la bondad... Ordénele al sol ocultarse...
- Si ordenara a un general volar de una flor a otra como una mariposa, o escribir una tragedia, o convertirse en ave marina, y si el general no ejecutara la orden recibida, ¿quién estaría en falta, él o yo ?
- Sería usted - dijo con firmeza el principito.
- Exacto. Debe exigirse de cada uno lo que cada uno puede dar - prosiguió el rey. - La autoridad se fundamenta en primer lugar en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, hará la revolución. Yo tengo el derecho de exigir obediencia porque mis órdenes son razonables.
- ¿Y mi puesta de sol ? - recordó el principito, que nunca olvidaba una pregunta una vez que la había formulado.
- Tu puesta de sol, la tendrás. Yo la exigiré. Pero esperaré, con mi ciencia de gobernante, que las condiciones sean favorables.
- ¿Cuándo será eso ? - se informó el principito.
- Hem! hem! – le respondió el rey, que consultó primero un gran calendario, - hem! hem! será a eso de... a eso de... será esta tarde a eso de las siete horas cuarenta ! Y ya verás cómo soy obedecido.
El principito bostezó. Echaba de menos su puesta de sol fallida. Y además ya se aburría un poco:
- No tengo más nada que hacer acá - le dijo al rey. - ¡Voy a seguir viaje !
Antoine de Saint-Exupéry. El principito.